Pan o revólver
Pan o revólver
Ensayo de Alberto Masferrer
Dondequiera que un hombre esté amasando un pan -podrá decirse-, y confortar su espíritu con este pensamiento: este pan, alguien lo ha de comer; raro será que se pierda sin que alguno lo coma. Aun si de la mesa lo arrojaran al suelo, servirá para alimentar al perro, o las hormigas vendrán y lo harán migas, y se lo llevarán a su granero. Así es que esta fuerza de mis manos, aplicada a la harina, se está tornando vida. Sí, estoy haciendo vida, fuerza, alegría, ni más ni menos que si fuera yo el sol...
Luego, quienquiera que se alimente de este mi pan, no sacará de él sino salud; pobre o rico, bueno o malvado, avaro o generoso, lo que yo le envío aquí es fuerza, es salud, es alegría. Que lo lleven a la mesa del juez o a la celda del criminal, lo mismo da: en este pan en que han colaborado el aire y la tierra, el agua y el fuego, y, por gracia de Dios, también yo, nadie puede hallar sino alegría, fortaleza, salud.
Asimismo, dondequiera que un hombre está fabricando un revólver, podrá decirse, y enorgullecerse, si es cruel y soberbio: este revólver que yo estoy fabricando con mis manos, lleva en sí la muerte. Adondequiera que lo lleven, irá con él una amenaza, un peligro de muerte. Quienquiera que lo use, no podrá usarlo sino para herir o matar. Un malvado o un justo, un adulto o un niño, un ignorante o un sabio, no podrán hallar en él otra cosa que sangre y muerte. Que lo disparen ellos o que lo disparen contra ellos; que sea de intención o por descuido, por malicia o por juego, para atacar o para defenderse, nadie dará con él ni recibirá de él sino la muerte.
Así es que yo, haciendo este revólver, soy un sacerdote de la muerte; y si hay un Demonio o un Infierno que se complazca en el dolor, han de sentir que yo soy, como ellos, un creador de tristeza y de ruina: lo mismo que la peste, lo mismo que el ciclón y el terremoto, lo mismo que el naufragio, lo mismo que el hambre y el incendio.
Maneras de hacer pan, son infinitas en la vida. Y maneras de hacer revólveres, también. Se hace pan con harina, con madera, con lienzo, con predicación y con ejemplos, con lágrimas y con sonrisas; se hace pan con la azada y la escoba, con la pluma y con el serrucho, con la aguja y la almádana. Se hacen revólveres con el juego y con la embriaguez, con la prostitución y con la usura, con la adulación y con la mentira, con la extorsión y con la opresión, con la mezquindad y con el fausto, con la avidez y con el fraude.
Aún más, casi no hay acto ni pensamiento de nuestra vida, que no sea pan o revólver; que no sea para salud y alegría, o para enfermedad y tristeza. Los hombres en eso vivimos: unos haciendo pan y otros revólveres; y de ser prudentes, no emprenderíamos nada ni colaboraríamos en nada, sin preguntarnos antes severamente si aquello era pan o era revólver.
Y entonces advertiríamos una cosa muy clara pero muy ignorada, muy sencilla pero muy incomprendida; y es que no se le puede dar a nadie una puñalada si no se dispone de un puñal, ni envenenarle sin tener un veneno. Sí, para matar a un hombre de una puñalada, se necesita absolutamente un puñal; lo que es voluntad y loco deseo de matar a mi enemigo de una puñalada, o de diez, o de ciento, quizá lo tengo ya; lo que me falta es el puñal. ¿Qué haré para obtenerlo? ¿Quiénes se prestarán a ser mis cómplices en la obra de apuñalar a mi enemigo? Desde luego el legislador, que permite introducir puñales al país, sabiendo que el puñal es, meramente, un instrumento para herir o matar. Luego, el comerciante que los importa, sabiendo que no sirven para labrar la tierra ni para coser un vestido, sino para desgarrar el pecho de los hombres y beberles la sangre. Luego el aduanero que los registra, y que harto sabe que un puñal en nada se parece a un arado ni a un libro. Luego el tenedor de libros que lleva la cuenta al comerciante de lo que le reporta el negocio de los puñales. Luego la mujer y los hijos del comerciante, que saben que lo que gastarán esa noche en ir al teatro, viene de haber lucrado en la venta de los puñales. Luego el periodista, que inserta el anuncio del que importa o vende puñales. Luego el afilador que los apunta y aguza, bien sabido de que ello es para mejor herir y matar. Luego la mujer o la novia, la madre o el padre, los hermanos o los hijos del que compra el puñal, y no se lo impiden o reprenden. Luego muchos, muchos que en otra forma sacan provecho de la fabricación, del transporte, de la venta, del cuidado y del uso de los puñales.
Puñales o revólveres, todo es uno. Revólver o aguardiente, o cualquier licor maldecido que embriaga al hombre y le bestializa y le enfurece, y le lleva al hospital, a la cárcel, al manicomio, a la ruina de él y de los suyos, todo es uno...
¡No, hombres; no basta vivir, sino que hay que vivir honradamente, limpiamente, como cristianos y como hidalgos; como criaturas, que tienen alma que perder, y no, simplemente, sacos de concupiscencia que llenar!. Vivir como hombres, sí, pero vivir como lombrices, como escorpiones, como víboras, como inmundos roedores de cadáveres, no.
No estamos obligados a vivir sino podemos vivir en la luz. Si nuestro sustento y nuestra casa y nuestro vestido, y nuestro recreo y nuestra cultura no pueden absolutamente proveer del trabajo limpio; si nuestra desdicha fuera tanta que nos veamos arrastrados a vivir del revólver entonces no vivamos. ¿Qué necesidad hay de que vivamos? ¿Qué necesidad hay de que yo viva, si para vivir yo, otros han de morir, o han de vivir en la corrupción, en el crimen y en la ruina?
No, hombres, busquemos una vida limpia; vivamos para el pan y del pan. Y quienes no puedan vivir sino del revólver y para el revólver, que anticipen el viaje; que atraviesen voluntariamente el umbral de la muerte, y que se libren así de la ignominia.
Lo que es porque se vayan, no faltarán, en este mundo triste, las plagas ni guijarros ni espinas. Pero así, al menos, los hombres, en vez de abominables demonios, serán hombres, o siquiera merecerán ser hombres.
Comentarios
Publicar un comentario